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Que todo vuelva a la «normalidad»…

Raros estos días, pocos productivos y con todo desordenado. Ojalá todo vuelva a la normalidad.

Que los seguidores del fútbol retornemos a la preocupación semanal por el destino de nuestros amados equipos.

Que vuelvan ya los días en que podamos ver a nuestros artistas favorito en algún concierto.

Queremos de vuelta los masivos anuncios de la gran próxima edición de algún Cyber Monday, para comprar lo que no necesitamos.

Que vuelva la normalidad de estar pendientes de cuál nueva serie o película ver en Netflix.

Mientras nos declaramos “solidarios” y “empáticos”, en las calles, queremos que vuelva la normalidad de sacarnos los ojos, automovilistas, ciclistas y peatones, cada cual peleando por ganar ese metro que nos permita pasar antes que el otro.

Cuando el Metro vuelva a operar a toda capacidad, queremos que todo vuelva a la normalidad de sentarnos en los asientos para uso exclusivos de quienes más lo necesitan y empujar al del lado para entrar primero.

Que vuelva la normalidad en el que casi el 30% de los ingresos del país va a parar al 1% de la población, justo por sobre Rwanda en el ránking de desigualdad. Todo muy OCDE.

Que vuelva la particular normalidad en que -como ningún otro país- el acceso al agua continue en manos de privados, pese a que la ONU lo ha declarado como un derecho humano.

Que vuelva la normalidad de fijarnos en los mágicos promedios (grande don Nica), como el ingreso per cápita de USD $25.000, para sentirnos orgullosos de nuestra posición en los ránkings internacionales. Preocuparse de cómo se distribuye esta cifra, seguro es cosa de mal gusto.

Nuestros ahora normalizados ojos volverán a ver hospitales sin insumos y pacientes hospitalizados, no en camillas, sino que en sillas dispuestas en los colmados pasillos.

Que vuelva a la normalidad el trabajo de las farmacias, para que sigan cobrando precios de gángsters y se coludan en este magnífico mercado que se regula solo.

Que vuelva pronto la normalidad, para que los bingos continúen siendo el innovador modelo que nos permite costear las catastróficas enfermedades.

Gracias al entusiasta llamado del exministro Fontaine, volverá todo a la normalidad y nos levantaremos más temprano para ir a trabajar, en largos trayectos que podremos aprovechar en descansar (descansar mientras se traslada al trabajo. ¿Qué mejor?) o pensar en vacacionar con el dinero que nos sobra.

Que vuelva todo a la normalidad para que nuestra élite siga pensando que no hay ningún problema ético o moral en pagar un sueldo mínimo (de $300.000 o ahora de $350.000).

Que vuelva todo a la normalidad para que sigamos viendo en las filas de los supermercados a compatriotas pagando a crédito la mercadería para poder comer, gracias a las “super ofertas” que nos presenta el retail.

Que vuelva todo a la normalidad para que, en esas mismas filas del supermercado, otros chilenos paguen con facturas de la empresa para evadir el pago del IVA.

Que vuelva todo a la normalidad para que los otrora ciudadanos, ahora devenidos en ansiosos consumidores, tengamos la felicidad de pedirle a un precarizado “trabajador a cuenta propia” que nos haga las compras en el Supermercado, aunque por ese “servicio” este cobre el mínimo y sin seguros asociados. Pero, no importa. Ese y otros servicios Delivery, “siempre salvan”.

Que vuelva todo a la normalidad, para que la subcontratación, el subempleo y los “trabajadores por cuenta propia”, continúen engrosando las estadísticas de los que sí tienen trabajo. Su precariedad seguirá siendo solo un dato anecdótico que en nada perjudica las grandes cifras.

Ojalá que todo sea como el Chile de hace unas semanas, para que nuestra clase media siga estando a la distancia de una pérdida de empleo o una enfermedad catastrófica para sumarse a los indeseados pobres.

Que vuelva todo a la normalidad y después de estos días de introspección y ver “qué podemos hacer para hacer las cosas mejor”, podamos constatar cómo los dueños de clínicas, laboratorios e isapres (las mismas personas), no tengan mayor problema en continuar con su habitual y normalizada integración vertical y abuso.

Que vuelva todo a la normalidad para que la educación siga siendo un buen negocio para sus dueños. Y que los colegios prosigan preocupados del lugar que ocupan en los rankings estandarizados y nuestra banca pueda seguir cobrando los impagables créditos (gracias don Ricardo) de los endeudados universitarios.

Ojalá que Chile vuelva pronto a la normalidad para que sigamos siendo el único país OCDE (que lindo este selecto club) que no posee una verdadera Seguridad Social.

Que vuelva todo a la normalidad y que nuestros “noticieros” retomen sus pautas de infomerciales, con “la última novedad” de tal sector productivo, el despacho desde los peajes para el 18, la primera guagua del año, la cazuela más grande o el primer día de clases.

Y que nuestros queridos matinales puedan, al fin, volver a sus importantes temas de conversación y no andan hablando sobre cosas extrañas, como una nueva constitución o asambleas constituyentes. Pobre televidente. No merece tanta cosa rara.

Que vuelva todo a la acostumbrada normalidad para que los asesinados, perdón -muertos en extrañas circunstancias- sean solo una estadística del pasado, que podrá ser revisada en el futuro, a quien quiera investigar lo sucedido en Chile estos días.

Que vuelva rápido Chile a la normalidad para que los responsables de estas muertes puedan evadir la Justica y decir que “para qué andar reviviendo odios del pasado”, “miremos hacia adelante, que es lo que importa”.

Que vuelva Chile a la normalidad se oye desde algunos lados. ¿Normalidad de abusos?, ¿Normalidad de colusiones?, ¿Normalidad de sueldos bajos?, ¿Normalidad de jubilaciones de miseria?, ¿Normalidad de pobreza disfrazada? Normalidad, al fin y al cabo. La más normal de las normalidades.

Que vuelva lo normal, lo cotidiano, lo que sí nos importaba y preocupaba hasta antes de este extraño paréntesis.

En fin. Que lindo que todo vuelva a ser “normal”, ¿no?

* Sebastián Andrade Daigre.

 

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